jueves, 4 de abril de 2013

Profesor de Barack Obama analiza los errores de América Latina


Uno de los intelectuales más brillantes de Brasil, Roberto Mangabeira, analiza nuestra región.


Profesor de Barack Obama en Harvard. Ministro de Asuntos Estratégicos de Luiz Inácio Lula da Silva. Candidato a la Presidencia de Brasil. Son solo algunos de los títulos con los que se suele presentar a Roberto Mangabeira, pero tal vez estos son los que menos justicia le hacen.
Hablamos de uno de los intelectuales más reconocidos y prolíficos de América del Sur. Ha escrito más de dos docenas de libros sobre teoría social, pensamiento jurídico y económico, alternativas políticas y filosofía. Fue el profesor más joven de la historia de Harvard en recibir una cátedra permanente, a los 29 años. Se define como un “pensador de izquierda”, pero ha sido un acérrimo crítico de varias de las versiones regionales, a las que divide en dos: ‘humanizantes’ y ‘recalcitrantes’.
El eje de su pensamiento político ha sido criticar con dureza a las élites del continente por copiar modelos ajenos y no desarrollar un pensamiento propio que aproveche la energía creativa de los países de la región.
¿Cuál cree que será el impacto de la muerte de Hugo Chávez en el mapa político latinoamericano? ¿Ayuda a consolidar el liderazgo de Brasil?
La muerte de Chávez no cambia nada sustancialmente. Nuestro problema de fondo es el mismo antes y después de su muerte: la falta de un modelo de desarrollo que abra camino para el futuro. Por eso, proyectos como el Mercosur y la Unasur continúan siendo cuerpos sin espíritu. Falta un modelo de desarrollo común que sea capaz de generar contenido práctico a la idea del crecimiento incluyente.
¿Cómo analiza el impacto de la crisis en Europa y EE. UU. en la región?
 
Las élites de todos los países del Atlántico norte están absorbidas en el proyecto de reconciliar la protección social europea con la flexibilidad económica estadounidense dentro del marco del sistema institucional vigente, es decir, sin grandes innovaciones institucionales. Y eso no nos sirve. Nosotros tenemos que innovar en la estructura institucional de la economía de mercado y la democracia. Pero en vez de innovación institucional, lo que predomina en nuestros países es una seudoortodoxia macroeconómica; capitalismo de estado y política social compensatoria. Y mientras eso pasa, en nuestros países hay una multitud de pequeños emprendedores que ven su dinamismo dilapidado. La gran tarea sería impulsar, con oportunidades económicas y opciones educativas adecuadas, ese torrente de energía que hoy se está perdiendo, y generar una democracia que no necesite de crisis para permitir el cambio.
¿Qué falta para poder generar un modelo de desarrollo propio en América Latina?
Rebeldía. Rebeldía intelectual al servicio de la innovación institucional. En nuestros países de renta media estamos bajo una doble presión: de los países de trabajo barato, de un lado, y de los países de productividad alta, del otro. Nosotros no podemos prosperar como China con menos gente; tenemos que escapar de esa situación por el lado alto, no por el lado bajo. Y para eso es necesario superar el modelo industrial existente. Ahí hay dos tareas fundamentales. La más sencilla es acelerar en los grandes centros industriales la travesía a una economía innovadora basada en el conocimiento y la agregación de valor. Fuera de los centros industriales la tarea es más difícil. Hay que asociar el Estado con las pequeñas y medias empresas dentro de un nuevo marco institucional. No escoger entre un modelo americano que regula las empresas a la distancia y un modelo asiático de una política industrial y comercial unitaria, impuesta desde arriba por el aparato burocrático. Necesitamos una forma de coordinación estratégica entre el Estado y las empresas, que sea descentralizada, pluralista, participativa y experimental. En la agricultura, tenemos que superar el contraste ideológico entre agricultura empresarial y familiar.
¿Y cómo ve a la izquierda de la región frente a esto que acaba de explicar?
Hablemos de Brasil. Brasil avanzó mucho en el gobierno de Lula con una democratización del consumo, del lado de la demanda. Con los programas bolsa familia, asegurando un mínimo para millones de personas. Un gran avance en el sentido de crear un mercado de consumo en masa. Ahora hay otra tarea, más difícil, que es democratizar el acceso a los recursos, a las oportunidades de la producción y a los instrumentos educativos. Una democratización, esta vez del lado de la oferta. Mientras no hagamos eso, corremos el riesgo de enmascarar nuestras faltas con una involución productiva. Vea lo que pasa en Brasil. Exportamos soja y minerales a China, y recibimos productos manufacturados. Ese boom en el precio de los comodities, que ahora comienza a debilitarse, está ocultando las consecuencias de la falta de una transformación del sistema productivo. Esta es la gran tarea que tenemos por delante, y exige otra serie de pasos adelante. Primero, imponer el capitalismo a los capitalistas, es decir, radicalizar la competencia, quebrar los oligopolios. Segundo, superar el dualismo en el mercado de trabajo: hoy la mitad de la población en Brasil trabaja en la economía informal, una calamidad. Tercero, poner el sistema financiero al servicio de la economía real, creando canales que movilicen el ahorro de largo plazo para la inversión productiva de largo plazo. Y cuarto, transformar la educación pública. Pasar a un sistema educativo analítico, problemático, dialéctico y cooperativo. Y no lo que tenemos hoy: un sistema dogmático, informativo, enciclopédico.
Siempre se habla de Argentina y Brasil como socios naturales, pero hoy parecen aplicar modelos distintos...
El problema que tenemos en América del Sur es que los proyectos de unión regional continúan siendo arreglos meramente comerciales, a pesar de la retórica. Ningún proyecto serio de integración puede estar basado solo en el dinero, en temas mercantiles. El caso más exitoso, que es el de la UE, tuvo dos grandes presupuestos históricos; uno, ser un proyecto de paz perpetua para poner fin a las guerras europeas, y dos, ser un espacio geopolítico para contrarrestar el modelo de los EE. UU. Ese es su verdadero sentido. No es un arreglo comercial. En América del Sur no tenemos un equivalente a esos presupuestos europeos, y sin eso el proyecto suramericano es una fantasía, y dentro de esa fantasía prosperan esas ilusiones retóricas meramente distributivistas; son retóricas que parecen ser radicales, pero que cuando se va a examinar el contenido práctico, es algo muy modesto, es la distribución de fondos sociales para atenuar las desigualdades, sin cambiar las estructuras y sin cambiar el modelo institucional. Es una rendición. Y esta rendición en América del Sur es enmascarada por la gran riqueza natural: del agro, minera, etc. La exuberancia de la naturaleza está ocultando la pobreza de las ideas.
¿Conoce algo del presidente José Mujica (Uruguay)? ¿En qué lado de la izquierda lo ubicaría?
No lo conozco suficiente y sería una irresponsabilidad de mi parte definirlo. Pero en general, en América del Sur, mi impresión es que hay muchas buenas intenciones, pero pocos proyectos de cambio estructural. Vivimos aún bajo un colonialismo mental. Nuestras instituciones no son nuestras, son todas importadas. Y como la ropa prestada, no sirve. Nuestras élites siempre se preguntaron: “¿cómo es que no somos como EE. UU. o como Inglaterra o Francia?” Y se imaginaron un atajo para ser como ellos, que fue copiar su institucionalidad. Eso no funciona. Mientras tanto, hay toda una nueva sociedad mestiza que viene de abajo, llena de energía y sin instrumentos. Ese es el drama. Ese es el problema central para resolver. Y no es un problema que pueda ser resuelto por ninguno de los caminos dados hoy en América del Sur. No va a ser resuelto por el camino neoliberal de obediencia al formulario institucional impuesto por las autoridades económicas, académicas y políticas del Atlántico norte. Y no va a ser resuelto con retórica redistributivista o con programas compensatorios. Solo va a ser resuelto por innovaciones institucionales que mejoren los aspectos educativos y amplíen el potencial de cambio de la política democrática.
El mundo parece ir hacia un sistema de megabloques comerciales. ¿Qué le conviene más a América Latina: asociarse con EE. UU. o con Asia?
Primero insistiría en una categoría más apropiada, que es América del Sur. América Latina es una invención de los académicos, no es una realidad política o económica. En América del Sur podemos tener una unión, pero para eso necesitamos tener un proyecto, una estrategia. Es eso lo que nos falta. Y por falta de ese proyecto lo que existe es comercio y pequeñas rivalidades comerciales. Cuando consigamos construir un proyecto, basado en algunas economías clave de la región que funcionen como corazón, como locomotora, podremos atraer a América Central y a México, que tiene un interés estratégico de contrabalancear su dependencia de EE. UU. Pero el presupuesto para eso es que América del Sur funcione, y por ahora no funciona.
¿Y qué falta para hacer que funcione?
 
Hay inmensa disponibilidad en nuestros países para una alternativa, pero hay un cerco, un cerco de los partidos, por el dinero, por los medios. En Brasil por ejemplo hay muchos partidos, pero solo hay una idea, la idea de la ‘Suecia tropical’. En Brasil todos son social liberales o social demócratas. Todos son ‘social’, y esta es el azúcar para dorar la píldora del modelo económico. Y el pueblo no quiere azúcar, quiere una oportunidad, y para eso hay que tener inventiva y originalidad. Hay que perforar el bloqueo, transmitir ese mensaje, confrontar al poder, no solo al del Estado, sino al de las ideas, al imaginario popular. En la intelectualidad suramericana hay dos vertientes. Una es la copia de las ciencias sociales americanas. Sobre todo en teoría económica. Y la otra vertiente es un neomarxismo avergonzado, que parece criticar pero al mismo tiempo explica la necesidad del sistema existente. Lo implícito en ese mensaje es la futilidad de la rebeldía. Esas dos vertientes supuestamente antagónicas son en verdad aliadas, y son un coro de fatalismo que es casi toda nuestra vida intelectual. Yo propongo en América del Sur una insurrección intelectual. Siendo originales en nuestra insurrección tendremos un interés mucho mayor para la humanidad en su conjunto. La mejor manera de ganar universalismo en nuestros países es siendo fieles a nosotros mismos.
¿Sirven las transferencias contra la desigualdad?
 
La única forma de disminuir sustancialmente las desigualdades es democratizando las oportunidades económicas y educativas. Las políticas de transferencias son meramente complementarias.
No hay ningún país en el mundo que haya conseguido ampliar la igualdad con base en programas de transferencia. Y con respecto a la estructura fiscal, contrariamente a lo que piensan los progresistas, lo que más importa no es la estructura de la tributación, del lado del ingreso. Lo que más importa es el nivel agregado del ingreso público y cómo se va a gastar ese ingreso.
Eso explica por qué las democracias sociales europeas que organizan sus sistemas tributarios con base en el IVA, que es un impuesto regresivo, a pesar de eso, son mucho más progresistas que EE. UU., que en el papel tiene un sistema tributario más progresista, porque da una importancia mucho mayor al impuesto directo sobre la renta individual. Hay un conjunto de ilusiones de los progresistas.
Por ejemplo el caso de Argentina, donde tradicionalmente el consumo urbano es financiado con el excedente productivo del agro, y eso va a permitir financiar las políticas distributivistas para la masa urbana, que son la base del poder político. Todo eso va a ser un sustituto de un verdadero proyecto estructural, de una revolución productivista, de un productivismo incluyente.
MArtín Aguirre
El País-GDA (Uruguay)
 

autor: Derlis Margarita Gonzalez Aguilar
dirreccion: Problemas Educativos
grado:10

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